Para el poeta, narrador, traductor y editor Saúl Ibargoyen, lo que se hace al escribir es sintetizar experiencias personales y de mucha gente y, también, de alguna manera, lo que se ha leído. Se gesta un entramado histórico-social con objetos de todo tipo, al que se incorporan los intereses personales. Es, en síntesis, un aprendizaje que no acaba nunca. Desde el punto de vista de la escritura o del desarrollo cultural, Ibargoyen afirmó que tuvo que empezar de nuevo, porque le implicó mezclar distintas modalidades del español latinoamericano.
“Fue como un reaprendizaje lingüístico que absorbí en la práctica. Eso ocurrió en la escritura y me llevó a un sentir distinto, sumado a mi vinculación con la lengua portuguesa (vivió un tiempo en Brasil); de hecho mi narrativa está infiltrada por el ‘portuñol’, modalidad que se habla en los puntos fronterizos de Brasil y Uruguay”, resaltó. “El poeta se beneficia y el ciudadano se chinga. Implica una operación memoriosa casi permanente, porque un cambio de ese tipo, elegido o no, remueve la totalidad de la persona. Allí opera la memoria con toda su fuerza y con todos sus engaños, porque a veces recuerda a favor y a veces en contra. El asunto es mantener un buen diálogo con el inconsciente, porque allí radica todo”, subrayó. “Casi todo el día estoy en actitud poética como acto físico, pendiente incluso del habla cotidiana que se refleja en mi discurso con frases que no son de uso habitual. No es la búsqueda de la originalidad sino de hacer una variante, de ponerle más azúcar o más canela. Algo que aprendí en Brasil, con la mezcla de idiomas, es a no aceptar más –al menos en la narrativa- las frases comunes. Así caí en una especie de barroco o como dijo la investigadora francesa, Cecile Quintana, en una neo épica latinoamericana”, expresó.
“Fue como un reaprendizaje lingüístico que absorbí en la práctica. Eso ocurrió en la escritura y me llevó a un sentir distinto, sumado a mi vinculación con la lengua portuguesa (vivió un tiempo en Brasil); de hecho mi narrativa está infiltrada por el ‘portuñol’, modalidad que se habla en los puntos fronterizos de Brasil y Uruguay”, resaltó. “El poeta se beneficia y el ciudadano se chinga. Implica una operación memoriosa casi permanente, porque un cambio de ese tipo, elegido o no, remueve la totalidad de la persona. Allí opera la memoria con toda su fuerza y con todos sus engaños, porque a veces recuerda a favor y a veces en contra. El asunto es mantener un buen diálogo con el inconsciente, porque allí radica todo”, subrayó. “Casi todo el día estoy en actitud poética como acto físico, pendiente incluso del habla cotidiana que se refleja en mi discurso con frases que no son de uso habitual. No es la búsqueda de la originalidad sino de hacer una variante, de ponerle más azúcar o más canela. Algo que aprendí en Brasil, con la mezcla de idiomas, es a no aceptar más –al menos en la narrativa- las frases comunes. Así caí en una especie de barroco o como dijo la investigadora francesa, Cecile Quintana, en una neo épica latinoamericana”, expresó.